Una playa inesperada

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Esta mañana, en la orilla del río, al pasar en la bici por el camino solitario de casi todos los días, mirando de soslayo, algo que no había visto nunca me llama la atención: una playa larga y curvada donde habitualmente solo había rocas. La marea muy baja la ha dejado al descubierto. No hay viento ni corrientes fuertes, el río está liso como un lago, con olas muy suaves que rompen en silencio en la arena. Cuando la marea ha subido mucho, cuando ha bajado al máximo, parece que siempre hay un paréntesis de quietud, como si el río se quedara en suspenso, y el aire quieto. He dejado la bici y he bajado un rato a caminar por esta playa inesperada, pasando primero con cierta dificultad entre las rocas que suelen estar cubiertas por el agua, ahora verdes y resbaladizas de algas y limo. El puente es tan grande que desde aquí parece más cercano de lo que están en realidad. Me acuerdo de un personaje inventado que lo miraba con emoción desde la ventanilla de un tren. Y de que según Le Corbusier es el puente más bello del mundo.

Y arriba, en el camino, esperando, la bici, gallarda como un animal veloz, con su manillar desplegado como unas alas de gaviota.